Últimamente adoro los días normales. He tenido tantos sobresaltos en los últimos meses que cuando siento la normalidad colándose en mi casa, no puedo dejar de sonreír. Yo, que he sido (y en el fondo sigo siendo) una díscola ante las rutinas, las normas, lo común. Ahora disfruto de ver cómo los días pasan y todo sigue igual que ayer. Me estoy haciendo mayor.
Fotográficamente hablando, siempre me han encantado las cosas corrientes. Esas que nos pasan desapercibidas por normales y cotidianas, pero que esconden una belleza enorme si les prestamos un poco de atención. Puede que en el fondo siempre haya adorado lo común, y ahora la vida me ha dado razones para abrazarlo con fuerza.
Rutinas que no cambian
Hay cosas que por más años que pasen, siguen igual. Cocinar, atender la casa, recoger, asearse… son labores poco extraordinarias. Pero si les prestamos más atención de lo habitual, seremos capaces de ver toda la belleza que encierran.
Documentar nuestro día a día, y no solo los momentos más «especiales». De eso va mi trabajo, eso es la fotografía documental. Trata de los que vivimos en la misma casa. De lo que se comparte en el mismo espacio: las rarezas, las sonrisas y por qué no, también las lágrimas. ¿Y qué hay más nuestro que las rutinas?
No todo va a estar lleno de glamour, ni todos los días hacemos actividades emocionantes. Pero la verdadera belleza está ahí, en el día a día. En querernos hasta cuando no nos soportamos. En acompañarnos en nuestras rutinas y seguir valorando la belleza que hay en ella y en nosotros aunque estemos despeinados y en pijama.
Esos momentos caseros que cuando salgan a estudiar fuera, echaremos de menos hasta envolvernos en melancolía. Esas caritas al despertar, y sus abrazos en la cama. Ese olor a recién levantado. Esas manitas tratando de vestirse, ponerse la camiseta o atarse un zapato. Esas primeras veces de hacerse el desayuno o la cena. Esa cara de satisfacción por hacerse mayor e independiente. Esas pequeñas cosas que nos hinchan el pecho hasta sentir que va a explotar porque no nos cabe más amor dentro. Esas actividades que repetimos hasta la saciedad, son de las que se componen nuestras vidas en común y las que un día, echaremos de menos.
A veces me gusta viajar en el tiempo. Imaginar cómo será nuestra vida dentro de unos años. El Señor Bajito de adolescente, con su melena al viento, jugando partidas de rol interminables con sus colegas… Ah, no calla! Si eso es ahora mismo, el presente. Menos por lo de adolescente, que todavía nos quedan unos años.
Lo que sí me gusta de verdad es volver la vista a tiempos pasados. Coger fotografías de hace años, y viajar nítidamente por las historias que nos regaló la vida. Me fascina esa capacidad que tenemos de volver a un momento concreto con tan solo una imagen. Recordar detalles, sensaciones, sonidos e incluso olores.
Por eso me he lanzado a crear una nueva sección en el blog: Recuerdos de una foto.
Cuando me pegue la morriña, bucearé por mi archivo, y esa foto que me haga pararme, la compartiré contigo aquí, en el blog. Y te contaré su historia. A veces me iré más lejos en el tiempo, y otras me quedaré más cerca. Además, si quisieras participar de esta sección, me harías muy feliz. Si te apetece compartir tu historia conmigo y con el resto de lectoras, te invito a que compartas tus fotos en Instagram con el hashtag #recuerdosdeunafoto y que me etiquetes @rebecalopeznoval, para poder leer tu historia. Seleccionaré aquellas que me cautiven y las compartiré aquí en el blog. La idea es crear un álbum de recuerdos, de historias vividas. Esta iniciativa nace de uno de los temas del reto de agosto del pasado año, que tanto gustó. Así que espero que me acompañes y que podamos disfrutar de tus historias. ¡Te espero en Instagram ♥!
Cuando eres mala madre
Esta foto es de diciembre del 2013. Seis añitos de nada han pasado desde ese día en el que me sentí mala madre XD. Desde luego he tenido otros momentos, pero ninguno tan épico como este.
Recuerdo perfectamente que decidimos irnos a la nieve, a disfrutar de tirarnos con el paipo a modo de trineo, de rebozarnos en el frio y tirarnos bolas de nieve. Lo preparamos todo, y nos fuimos felices como perdices a disfrutar de un día en familia. Nos acompañaban mis padres también.
Y recuerdo perfectamente la sensación de mala madre al abrir el maletero, y ver que no habíamos metido la chaqueta del Señor Bajito. A la nieve sin abrigo, sí amiga. No sé cómo se sentiría el padre de la criatura, que en realidad es tan responsable de estas cosas como yo, pero yo me sentí fatal. Y si le veis muy abrigado en la foto es porque yo le puse mi chaqueta (la más pequeña de todos los que estábamos allí). Pero tranquilas, yo también me pude abrigar, porque mi padre decía que no tenía frio y me dio su chaqueta XD.
Cada vez que veo esta imagen me parto de risa. Y os prometo que nunca más se me ha olvidado meter la chaqueta.
La parte buena: esta foto. Una de mis favoritas de todos los tiempo. La tengo en casa, puesta en el salón. No sé si me gusta por la historia o por la imagen en sí. Pero me encanta.
Y aunque esto fue lo más anecdótico de ese día, recuerdo también sus risas en la nieve, sus «¡¡otra!!», para tirarse de nuevo en trineo. Os dejo con una foto donde podéis deleitaros con el outfit completo XD
¿Tú has tenido algún despiste de este tipo alguna vez? Dime que sí, por favor. No me dejes sola en esto XD
¡Cuántas veces habré subido al pico Dobra con mi familia! La última vez el Señor Bajito tendría unos 4 años.
Fue mi primera cumbre, la primera de mi hijo, y la primera de mis sobrinos. Parece que estamos hablando ya de una costumbre familiar.
Hace unas semanas, antes de la llegada de la Navidad, subimos toda la familia a disfrutar una vez más de este paisaje que tiene unas vistas interminables de nuestra ciudad, pero también de buena parte del interior y de la costa Cántabra. Y además descubrimos una nueva ruta.
Al Dobra por Las Presillas
Acostumbramos a subir por la zona del pueblo de La Montaña. Es una camino precioso, pero es más largo y costoso. Así que en esta ocasión, para descubrir una nueva vía de acceso, y para beneficio de los más pequeños, accedimos al pico por la parte del pueblo de Las Presillas.
De esta forma, puedes dejar el coche casi a los pies del pico, ya que hay una carretera estupenda para acceder. Y entrar directamente en terreno del que gusta caminar. Tierra, árboles, piedras para escalar, saltar o esconderse… toda una aventura nada más comenzar a caminar.
El paisaje que nos encontramos fue un tanto desolador al principio. Unos días antes habíamos tenido días de muchísimo viento y lluvia. Y muchos de los árboles allí plantados, habían caído como consecuencia.
Árboles caídos sobre el mismo camino, y otros que estaban junto a él. Muchos aún en pie, sí, pero varios más con riesgo de caída en un siguiente temporal no tan fuerte.
Por lo demás, una ruta muy corta y fácil para hacer con niños muy pequeños. El más pequeño del grupo tenía 3 añitos, y se hizo el paseo encantado.
Ruta ideal para toda la familia y sin madrugar
Me parece un plan perfecto para esos días que te levantas tarde y no sabes muy bien en qué dar. El acceso en coche es muy cómodo, y el paseo lo puedes hacer en un par de horas, yendo despacito y disfrutando con los más pequeños de la casa. Puedes llevarte un bocata y comer en la cima (si no hace mucho viento), o bajar un poco y comer en un zona más resguardada.
Incluso si te apetece, y los días no son excesivamente cortos, puedes hacer la ruta después de comer.
En nuestro caso, comenzamos a caminar a eso de las 11.30h , y a las 14.00h estábamos ya en Las Presillas tomando un café. Comimos después de subir hasta la cima, un poco más abajo de esta para que no nos molestase el viento.
Aquí casi al completo, (falta mi hermano que está haciendo la foto) en nuestra épica llegada a la cima. Aunque no lo parezca por la foto, somos una familia medio normal. Y mi padre, aunque disimula con el bastón, las gafas y la mirada al infinito, en realidad ve perfectamente XD
Te dejo con un vídeo con muchas fotos del paseo. Y como te digo, te lo recomiendo.
¡Ah! Varias personas que han visto el vídeo en los markets que realicé estas navidades, me preguntaban si haría una sesión de familia en la montaña. Al Himalaya no me animo todavía, pero si sois montañeros, y os apetece tener fotos de un día como este, por supuesto, me apunto con vosotros a una ruta chiquitita y fácil (que las cámaras pesan mucho XD)
Cuéntame aquí tu propuesta, que ya estoy preparando los víveres 😀
Muchas personas me preguntan por qué no llevo a mi hijo al pediatra que le corresponde y voy a otro centro de salud diferente, teniendo más cerca el que nos toca por zona.
También me preguntaron en su día por qué llevaba a mi hijo a un colegio que está a 30 minutos de nuestra casa en coche teniendo buenos coles a 10 minutos caminando (esto tiene especial peso en una comunidad pequeña, donde los recorridos tan largos no se conciben si no es para irte de fin de semana como mínimo). Se entiende menos cuando el cole es público y ni siquiera pago por ir.
Por supuesto, también me preguntaron por qué me fui a Barcelona a tatuarme, que si en Cantabria no había buenos tatuadores, que me tenía que ir a 700 kilómetros para hacerme un cactus.
La respuesta es sencilla: si sé que existe lo que quiero, que me gusta, que me toca la fibra, que está acorde con mis valores y mi estilo, ¿por qué voy a conformarme con lo primero que veo, lo fácil, lo que escoge todo el mundo, sólo porque está ahí? La resignación no va conmigo.
De lo bueno, busca siempre lo mejor, también en fotografía
Siempre he sido inconformista, es una característica muy mía. Si conozco algo extraordinario, lo bueno me parece insuficiente.
Me pasa con todo. A veces no me queda más remedio que ceder a regañadientes, cuando las circunstancias aprietan y mandan. Pero si hay una mínima posibilidad de conseguir lo que deseo, ¿por qué voy a renunciar a ello?
Si hay que ahorrar, se ahorra. Si hay que madrugar, se madruga. Si hay que pillar un avión, se pilla. Y si hay que esperar un año, pues se espera. Pero ya no me contento con menos.
Piénsalo. El otro camino sería más sencillo, pero no sería el tuyo. Al final, ¿estarías a gusto con el resultado sabiendo que existía una posibilidad que te lo daba todo?
En fotografía ocurre lo mismo. Si conoces el trabajo de un profesional que te enamora, que hace exactamente el estilo de fotografía con el que te sientes identificada, ¡ve a por él! Seguramente, él o ella te estará también buscando. Tú eres su clienta extraordinaria, de lo bueno, la mejor.
Cuando este encuentro sucede, saltan chispas, aquí y en cualquier sector. Hay feeling, entendimiento, energía que fluye. Llámalo como quieras, pero el resultado es un trabajo que se sale de lo normal. Y te diré una cosa: no te mereces menos.
Te pongo un ejemplo: mi experiencia con el tatuaje (y la tatuadora) no ha podido ser mejor, y te cuento por qué.
Cuando el trabajo de una persona te vincula con ella
Sabes de sobra que soy una persona muy emocional, me muevo desde dentro y si algo no me hace dar saltitos de alegría, es que no es para mí. Necesito sentir ese regocijo por dentro, ese pellizco que te hace vibrar y que surge cuando estás ante algo que está hecho para ti. Lo sabes, lo percibes, es algo instintivo.
Y eso me pasó cuando conocí el trabajo de Mónica Sampietro. Sus tatuajes se salen de la norma. Los trazos, el relleno, su forma de trabajar, es una puta pasada (siento la palabra malsonante, pero necesitaba ponerla para que entiendas la intensidad que tiene su trabajo en mí). En cuanto vi su trabajo, supe que lo quería.
Me iba a tatuar por primera vez, era algo que llevaba pensando meses y cuando encontré a la persona adecuada para hacerlo, ¡sorpresa! No había quien contactara con ella por la agenda que tenía. Cuando la abría, se llenaba en 10 minutos literalmente.
Era el horror, todo parecía indicar que era imposible conseguirlo. Pero mi cabezonería y la certeza de que no podría dejarme tatuar por nadie más, hizo que insistiera.
O ella o nadie, así de sencillo. ¡Me iba a pintar la piel para siempre! Necesitaba que me lo hiciera alguien que me causara precisamente esta locura. Necesitaba que quien me tatuase por primera vez fuera alguien a quien yo admiraba profundamente y que cada vez que viese un diseño suyo me hiciese desearlo con todas sus fuerzas. No había más posibilidades.
Cuando un estudio de Barcelona anunció que Mónica empezaba a tatuar allí, les escribí de inmediato. Y al cabo de unos días, y para mi gran sorpresa, me respondieron. Juan, su dueño, me llamó un domingo para agendar mi cita con Mónica. ¡Lo había conseguido! Me iba a ir a Barcelona y me iba a tatuar con ella.
Tras año y medio intentándolo, créeme, esto es para saltar de alegría y no parar. Locurón máximo.
¿Cómo es trabajar con alguien a quien admiras?
Abre bien los ojos porque te voy a contar un secreto: todos los profesionales buscamos al cliente ideal. Piensa en cualquier sector que puedas imaginar: fruta, zapatillas, pinchos caseros. Da igual. Todos y cada uno de nosotros te estamos buscando con tanta intensidad como tú buscas al profesional perfecto para ti.
Trabajar con alguien a quien admiras tanto es tan intenso como cuando encuentras a una persona que acude a ti, por tus servicios, y conectáis. Tú estás deseando trabajar con ella, y ella quiere trabajar contigo.
De ahí sólo puede salir algo increíble. Las energías se juntan, la creatividad fluye y lo sería un servicio más, se transforma en la mejor de las experiencias.
Cuando Mónica terminó mi tatuaje, me preguntó: ¿cómo te sientes llevando un tattoo? A lo que yo le contesté: No llevo un tattoo, llevo una obra de arte en mi piel.
Y así surge la magia, así es como te llevas experiencias vitales de las que disfrutas el resto de tu vida.
Trabajar con quien admiras se hace sencillo y emocionante. Es como hablar con alguien a quien conoces toda la vida: te entiende, se pone en tu situación, hay respeto mutuo.
Cuando yo soy la que tatúa
Ay, amiga. A veces también me toca estar en el otro lado. A veces soy la persona a la que otra elige para llevarse sus recuerdos grabados en papel. La energía es la misma pero en distinta dirección.
Conectar para poder narrar el momento que estás viviendo. Es lo que le da sentido a mi trabajo, y es lo que me mueve cada día. Y eso sólo lo haces posible tú.
Hacer fotos a mujeres es lo que últimamente me hace vibrar más. Y cuando hay vínculo entre la mujer que retrato y yo, es emocionante.
Mira con detalle su trabajo: observa otras fotografías que ha hecho para saber si es tu estilo. Quizá tengas ya una idea muy clara de lo que quieres, o preferencias con el color, la luz, un estilo más clásico o muy fresco… Antes de dar el paso, cerciórate de que el fotógrafo realiza la clase de fotografía que tú estás buscando. Cuando observas su trabajo, ¿te imaginas siendo la protagonista de sus fotos? ¿Comparte tus valores y tu forma de entender la fotografía? Si tu respuesta es afirmativa, sigue con el siguiente paso.
Analiza cómo se expresa en su web, en su blog, en las redes: detrás de cada profesional hay una persona, nunca lo olvides.¿Sientes que podrías entenderte con ella? ¿Que utiliza tu lenguaje y va a ser sencillo mantener una conversación? ¿Estáis en sintonía? ¿Sí? Pues adelante, sigue idagando.
Si has encontrado a alguien que te gusta, pero no se encuentra en el lugar donde vives, pregúntale si contempla la posibilidad de desplazarse antes de tirar la toalla. Si el fotógrafo siente que tú eres la clienta perfecta, seguramente no le importará tener que moverse. Eso sí, piensa que eso generará más gastos que se añadirán a su presupuesto inicial.
Si no tiene las tarifas publicadas en su web, pregúntale por ellas para saber si su trabajo se ajusta a tus posibilidades actuales. Pero, por favor, esto te lo pido de corazón, no intentes regatear el presupuesto que te dé porque cuesta un mundo ponerle precio a tu trabajo, y cuando lo haces, es el que es por una razón y en esa cifra final van incluidos numerosos aspectos. Si te encanta el trabajo de esa persona pero ahora mismo no puedes permitírtelo, puedes preguntarle por métodos de pago a plazos o, sino, quizá esperar un momento en el que estés más holgada y no te suponga quedarte tiesa de dinero.
Habla con el fotógrafo antes de tomar una decisión, aunque su trabajo te enamore. Una conversación con él/ella despejará cualquier duda que tengas sobre si es tu profesional ideal. En esa conversación podrás plantearle los puntos que sientes que son más sensibles, aquellos que te preocupan especialmente. Verás cómo se expresa, si te escucha. En definitiva, si la conexión que sentiste al ver su trabajo es real o sólo fue una ilusión. Después de esa conversación, ¿sigues sintiendo cosquillas en el estómago o en la piel? ¿Es como si esa persona supiera qué necesitas sin necesidad de demasiadas explicaciones? Ya no dudes más, es tu fotógrafo.
Indaga, compara y pregunta, que hablando se entiende la gente. Pero no dejes en manos de cualquiera tus recuerdos. Antes de tomar la decisión, piensa bien si la persona elegida va a saber capturar tu momento de la manera en que quieres.
Te mereces fotografías realizadas con mimo, que te emocionen, y que toda la experiencia de la sesión sea inolvidable. Como un tatuaje 😉
Este es ya mi tercer año de trabajo con sesiones en Madrid. Y es la primera vez que he sufrido por el tiempo.
Lo que me gusta de Madrid, es que es poco probable que te llueva. Sabes que si vas en invierno pasan frio, y si vas en verano…En verano mejor no ir a Madrid 🙂
Esta vez el tiempo nos falló, pero Madrid no. ¿Qué llueve? Pues nos vamos a un jardín cubierto, ¡esto es Madrid!
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