Tantas pecas.

 

Poco pecho.

 

No tan alta.

 

Y esos dientes…

 

Y vas creciendo y reconociéndote en las palabras que los otros te dibujan; confrontándote con imágenes de revistas, perfectas, en partidas amañadas, porque tú siempre pierdes.

 

Y cuando te empiezas a reconocer en tu adultez, te quedas embarazada; más comparaciones, muchos kilos, demasiados pocos, las estrías, las arrugas, las ojeras… y dejas de ser tan quien creías que eras que ya ni te pones en las fotos.

 

Y cuando crecen, ya no eres la de hace diez años, con kilos, o sin ellos, ya sin ojeras pero sí con arrugas nuevas.

 

Y toca reconocerte de nuevo, pero la madurez te permite asirte a otras palabras más dulces y a imágenes más amables. Buscar a alguien que hable ese lenguaje de las revistas y lo traduzca a tu favor.

 

Cuando te toque, busca a alguien que juegue con la luz para hacerte brillar, no para destacar algo que los demás quieran ver. Que no te disfrace para ser otra. Que mire con un ojo fraternal y enseñe al mundo algo íntegro y real. A ti.

 

Con tus pecas.

 

Tu pecho.

 

Tu altura.

 

Y tus dientes.

Violeta.

La vida después de ser madre.

Los hijos son siempre la mejor de las excusas. Por ellos eres capaz de cambiar, de buscar para ellos la opción óptima aunque eso signifique ceder parte de ti, de crecer aunque sea doloroso. Y lo haces feliz, porque ellos muchas veces nos ponen en marcha. Son el motor y la maquinaria.

Te remueven por dentro y te hacen reflexionar sobre cada paso que das. Si está bien, si está mal, si podría estar mejor…

Los hijos vienen a ponernos frente a la vida, a mostrarnos las verdades más aterradoras, pero también las más increíbles. Vivir a su lado y acompañarles en su viaje es intenso a más no poder, y cada día es una lección de vida que se queda grabada a fuego.

Todas las madres decimos lo mismo: compensa, por supuesto que sí, pero es agotador. Y a veces te pierdes un poco en la maternidad y llegas a un punto de reflexión en el que te haces esta pregunta: ¿dónde está la persona que eras antes de ser madre?

¿Dónde queda la mujer que soy?

Los 3 primeros años de la crianza nos volcamos tanto en ellos que nos olvidamos de nosotras. Es una realidad.
A partir de los 3, queremos empezar a ver el mundo de nuevo por nosotras mismas, aunque sólo sea de vez en cuando. Sin ellos, sin su padre, sin nadie más alrededor. Solas, en nuestra propia compañía.

Recuperar el espacio y el tiempo es muy importante. Necesario, incluso vital, diría yo. Sobre todo si enlazas la crianza de varios hijos, pueden pasar años hasta que te encuentras a ti misma de nuevo y te descubres como una nueva mujer. Una versión renovada y mejorada de la mujer que eras. Más bella y más sabia.

Aunque el proceso no siempre es bonito, porque llevamos una inercia complicada, han pasado años y muchas experiencias que han hecho de nosotras una persona diferente y eso a veces nos cuesta asimilarlo.

Busca, mira y disfruta

Estoy rodeada de amigas a las que conocí en sus inicios de la maternidad. De hecho, nos unimos gracias a ella y hemos creado lazos tan potentes como los que tenemos con nuestros propios hijos.
A lo largo de estos años las he conocido como madres y, poco a poco, las voy descubriendo como mujeres. No conozco a la mujer que fueron antes, pero me rindo a los pies de la que son ahora.

Son fuertes, sabias, cariñosas y bellas. Y me encanta tenerlas delante de mi objetivo y que se vean a través de mis ojos. Cuando las palabras se me atragantan, cuando no sé articular lo que veo, lo que son para mí, la fotografía me ayuda a contarlo.

Y hoy quiero contarte a mi modo cómo es una de estas mujeres. Quiero mostrarte quién es ella, la persona, la mujer, la madre. Ella en todo su esplendor.

Seguro que tienes a mujeres así a tu alrededor. Búscalas, obsérvalas y si tienes ocasión, disfruta de su compañía e intercambia experiencias siempre que puedas.

Violeta

Aún recuerdo la primera vez que vi a Violeta. Llevaba trenzas en todo el pelo y su hija mayor tenía entonces poco más de un año. Yo estaba embarazada y lo primero que pensé al verla con su pequeña fue que quería parecerme a la madre que ella era.

En un mundo donde la maternidad y los niños no son cuidados, es difícil tener referentes, y ella ha sido uno de ellos para mí todos estos años.

De ella admiro  tantas cosas, que no terminaría nunca de escribir. Así que, como lo mío son las imágenes, te dejo con las fotos que le hice hace unos días para que tú también la veas como yo la veo y venero.

Te amoro, Viole:

Hay sesiones que despiertan instintos fotógrafos en mí, y la de Violeta ha sido una de ellas.

Me recuerdan lo mucho que me gusta retratar a mujeres fuertes y con personalidad y por qué hago lo que hago.

Cuando estas mujeres se ven en las fotografías finales y se asombran de sí mismas, se reconocen y a la vez se sorprenden porque he captado algo de ellas que no suelen mostrar fácilmente, o la gente no suele ver, me siento realizada.

Y es entonces cuando me reafirmo en lo que quiero. Me digo «Rebeca, tienes que hacer más sesiones así. Esto te gusta, te llena de energía y le da sentido a la profesión que has elegido».

Quiero crear más imágenes así y quiero que tú seas la siguiente mujer que esté al otro lado de mi cámara.

¿Te gustaría ser la protagonista de una sesión como la de Violeta? Porque si contratas tu sesión durante el mes de julio tienes un 25% de descuento sobre su precio original. Estas sesiones tienen una duración de 1 hora aproximadamente, se harían en exterior o interior (a elegir por ti) y el resultado serían 15 fotografías en archivo digital de alta calidad. Todo por 150 euros, pero recuerda, sólo si contratas durante el mes de julio y el tiempo corre.

Piénsatelo y escríbeme a info@rebecalopeznoval.com para hacer tu reserva.

Nos vemos la próxima semana.

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